Escribir de miedo
Relatos de terror
Unos ejemplos
A oscuras
Entre las sombras y la confusión, hago grandes esfuerzos por hallar un indicio de mi paradero y de cómo he podido llegar aquí. Mis intentos son en un principio infructuosos, pero me concentro en el eco de unos recuerdos. Y poco a poco una débil luz va prendiendo en mi conciencia.
Hace poco que me he mudado a mi humilde, pero confortable apartamento; que con tanta ilusión he estrenado, junto a mi reciente independencia. Sigo llamando a diario a mi madre, que recibe con orgullo mis pormenorizadas noticias sobre mi nuevo trabajo, humilde también como mi apartamento, pero con buenas perspectivas de futuro. Y hoy toca celebrarlo. Unos amigos me han invitado a lo que han denominado una «velada tranquila». Me sonrío interiormente. La última vez que dijeron algo parecido terminamos todos metidos en una fuente bailando y cantando a pleno pulmón. Me acicalo ante el espejo. ¿Quién sabe? Quizás esta es mi noche y encuentro por fin el amor. Vuelvo a sonreírme.
-Pasad, pasad. Os presento a unos amigos -dice sonriente nuestra anfitriona, siempre tan risueña; pero, cuando los saludo, por alguna razón inexplicable, me estremezco.
Todo transcurre con relativa normalidad: comemos, bebemos, bailamos un poco. Ya, algo cansados, nos sentamos a hablar. No sé en qué momento la conversación ha derivado en fantasmas, apariciones, visiones satánicas... y uno de los nuevos saca una Ouija. Nos mira con cierto aire de superioridad.
-¡No me digáis que tenéis miedo! -nos reta.
Yo siento un escalofrío que me recorre la espalda, aunque no quiero parecer pusilánime; así que me uno al corro. Todos colocamos nuestras manos sobre el puntero.
-¿Hay alguien en esta sala? -pregunta el nuevo con tono fingidamente serio.
El puntero comienza a moverse: S-I.
-¡Venga ya! -dice uno de los nuestros- Dejaos de guasa. ¿Quién lo está moviendo?
-¿Quién eres? -continúa diciendo sin inmutarse el que hace de médium improvisado.
El puntero vuelve a moverse: S-O-M-B-R-A
-¡Esto no tiene gracia! ¡Yo quiero parar! -grita una de mis mejores amigas. Quiero secundarla en su protesta. Sin embargo, algo me detiene. Esa escena ejerce sobre mí una extraña atracción, una especie de hipnosis.
En ese momento, tocan al timbre. Nuestra anfitriona se levanta.
-Debe de ser...
-¿Quién está en la puerta? -pregunta de nuevo el médium elevando la voz.
El puntero vuelve a moverse: S-A...
-Claro, debe de ser Santi, que tiene que llegar -dice algo apurada la anfitriona que ya está junto a la puerta.
...T-A-N-Á-S
Un revuelo se produce entonces. Hay gritos, movimientos bruscos, oigo que el tablero cae al suelo, alguien sin querer tira la lámpara y nos quedamos momentáneamente a oscuras. Cuando vuelve la luz, vemos a Santi en el quicio de la puerta que nos mira atónito.
-¿Qué os pasa? ¡Ni que hubierais visto un fantasma! -nos dice. Nos reímos, pero el miedo sigue dibujado en nuestros rostros y nos despedimos pronto. Nos marchamos incómodos e inquietos. Nunca habría pensado que la noche fuera a durar tan poco.
Tengo ganas de llamar a mi madre y contarle lo que ha pasado.
-¿A quién se le ocurre jugar con una Ouija? -Me imagino su respuesta amonestadora. Pero, no, ya es tarde para ella. No querrás despertarla. Desecho la idea.
La noche es apacible, aunque fría y mi respiración dibuja formas caprichosas en el aire circundante. Acelero algo el paso. De forma imperceptible comienzo a escuchar un sutil ruido, algo así como gotas que caen de forma acompasada. Me detengo y miro a mi alrededor, pero no puedo localizar el origen del sonido. Sigo caminando y lo escucho de nuevo, algo más fuerte. Con extrañeza, vuelvo a girarme y escudriño en la penumbra. Nada. Acelero más el paso. Casi desearía poder escuchar solo el latido impetuoso de mi corazón. Vuelvo a oírlo, aún más fuerte. Sin percatarme casi estoy corriendo. Llego por fin a mi portal, casi sin aliento. Meto la llave con mano temblorosa y abro la puerta. Subo los escalones de dos en dos, a la carrera. Quiero abrir la puerta de mi apartamento y se me caen las llaves. Las busco a tientas en el suelo, pues sigue sin funcionar la luz del descansillo y mi móvil está sin batería. ¡Te dije que tenías que haberte comprado uno nuevo! Las localizo por fin y no sé cómo consigo abrir la puerta, que cierro detrás de mí con un portazo. Doy la luz y suspiro. Sonrío. ¡Qué tontería más grande! ¿Cómo has podido asustarte de esta manera?
Decido darme un baño relajante. Pongo música suave y lo preparo. Me dan unas ganas locas de llamar a mi madre. Ni hablar, no debes despertarla. Me meto en la bañera y me dejo mecer por la dulce caricia del agua tibia. Pierdo la noción del tiempo. Cuando salgo, tengo los dedos arrugados. Me seco con calma y me miro al espejo, que me devuelve una imagen de mi rostro que me da la impresión de estar deformada. Vuelvo a estremecerme. ¡Anda, vete ya a la cama! Ha sido un día muy largo.
Me acuesto y me duermo enseguida. Un sonido me despierta. Creo volver a reconocer gotas cayendo acompasadas. Una horrible imagen de un cadáver goteando sangre invade mi mente. ¡Déjalo ya! Sabes que esto es sugestión. Como cuando veías películas de miedo en la niñez y te provocaban sonambulismo. Me doy la vuelta y trato de dormir. Cuando parece que me invade el sueño, vuelvo a escucharlo. ¡No puedo más! Me levanto y recorro el apartamento. Nada. ¡Cómo me gustaría llamar a mi madre! ¡Si la llamas a estas horas, le da un ataque al corazón! Venga, mañana la llamas y ya verás que os reís un rato. Me vuelvo a acostar. Esta vez sí me duermo.
Un goteo intenso me vuelve a despertar. Esta vez no hay duda. Me levanto y voy a la cocina. Lleno un vaso de agua y comienzo a beber. Noto una presencia tras de mí. Me giro con un sobresalto y el vaso se resbala de mis dedos estrellándose contra el suelo. De repente, se apaga la luz y veo claramente que una sombra negra se acerca a mí a gran velocidad. Un grito horripilante brota de mi boca y hace retumbar las paredes de mi apartamento.
Luego, se ahoga mi voz y un intenso dolor atraviesa mi pecho, que siento que se inunda. Instintivamente, me llevo las manos al corazón y, aunque no puedo distinguirlas en la oscuridad, sé que en ellas fluye mi sangre. A continuación, me precipito en una caída que parece sin fin.
Ahora me rodean las tinieblas y delante de mí lo veo. Un rostro espeluznante. Una visión monstruosa que esconde los rasgos de mil rostros en pleno grito, entre los que se camuflan también los míos. Me mira fijamente con sus ojos vacíos y sus labios se curvan en una sonrisa cruel. Un horrible pavor recorre todo mi cuerpo, que, a medida que la aparición se va desvaneciendo, se torna en una infinita tristeza.
Intento hablar, pero no me salen las palabras. Intento mirarme las manos, pero no puedo verlas. Intento pensar en el rostro de mi madre, que siempre me ha apoyado en los momentos difíciles..., pero ya no lo recuerdo.
Sonia Gara Arboleya Olivares.
EN LA VÍSPERA DE TODOS LOS SANTOS
Anochece rápidamente. La luz otoñal y débil que hace poco se había desvanecido detrás de las montañas del horizonte da paso con una suave corriente de aire más frío a una creciente oscuridad. Y a pesar de estar en vísperas de noviembre, el cielo está despejado (si acaso apenas manchado por algún sitio con el rastro débil del humo cálido del fuego de los hogares que se eleva por entre los tejados). En el suelo sí pueden verse las hojas amontonadas de los árboles que bordean el camino de la aldea con casas de madera tramada... y a la izquierda se puede ver por la senda que viene del camposanto la silueta de un hombre. Se acerca. Ellas lo conocen. Es el guarda. Al llegar a su altura detiene su cojera para encender su farol mientras tose un par de veces entre su respiración fatigada.
-No es seguro andar todavía fuera de casa... y menos hoy, ¿no os parece?
-No sé por qué -responde Eileen echándose la melena hacia un lado, dieciséis años, segura de sí misma, desafiando la advertencia del viejo.
-Tus padres y tu tía -dirigiéndose primero a ella y después a la otra con el dedo- estarían más tranquilos si ya estuvierais en casa. Yo, desde luego, no quiero estar aquí cuando... eso -dice terminando su frase casi con un hilo de voz o como si hubiera dicho más de la cuenta sin querer, para que no lo consideraran mezcla de chiflado, borracho o supersticioso y, volviéndose, se aleja tan rápidamente como le es posible.
-¡¿Cuándo qué...?! -grita Lila, pero quedando ahogado el grito al rajarse la quietud del crepúsculo con un aullido (quizás no tan lejano)... ¿de un lobo? ¿de un huargo? ¿de alguna otra criatura de la noche...?
-Déjalo. No te ha oído siquiera, -dijo Eileen-. ¡Oye, allí hay una hoguera! Vamos a echar un vistazo.
Lila se envuelve en su capa con un gesto de aprensión. No es tan osada como su amiga... pero no quiere parecer pusilánime y corre para alcanzarla dejando sus huellas en la tierra reblandecida y a través de la hojarasca.
La cerca del camposanto no es muy alta y ya está ahí mismo... pasan al lado y se pueden ver las tumbas. Las hay antiguas, muy antiguas. Apenas sobresalen del nivel del suelo y además suelen tener las cruces torcidas. En algunas, los ataúdes deben haber cedido y la tierra se ha hundido ocasionando agujeros por los que alguien podría decir que se puede ver lo que hay ahí debajo. Las tumbas más recientes forman túmulos más visibles con la tierra removida. A veces hay algún pájaro sobre ellas que no deja de suscitar una sensación repugnante cuando extrae alguna lombriz con el pico... Y en el centro del recinto, el panteón del antiguo linaje de los señores del castillo, casi abandonado al extinguirse la familia siglos atrás. Las telarañas y el polvo lo cubren por completo. Las tumbas de los padres de Lila están cerca de un añoso tejo. Hace unos diez años que murieron tal día como hoy... pero ni en casa de su tía ni en la aldea se habla de ello. Un tupido velo de oscuridad se cierne sobre la historia que se cuenta en voz baja y muy pocos saben qué pasó exactamente; ... las cruces que se pusieron sobre ellas desaparecieron hace mucho.
Detrás del camposanto el bosque se extiende ominoso en las primeras horas de la noche. Los pájaros han callado, los animales salvajes deben haberse retraído en sus refugios y tan sólo los ojos de algún búho puede que estén al acecho, sin que ni ellas ni nadie los adviertan. La luz plateada de una luna creciente recrea siluetas e imágenes fantasmagóricas entre los árboles que, de cuando en cuando, hacen crujir sus ramas al pasar de nuevo alguna bocanada de aire que hace que ambas se estremezcan bajo sus ropas.
Caminan con cautela y en silencio siguiendo la luz que habían visto. Ésta se ha ido moviendo guiándolas a través de la espesura y llegan, a través del denso boscaje, a un lugar secreto, desconocido para ellas y casi para cualquier vecino de la aldea. Es un misterioso claro rodeado en círculo por una serie de arcadas de piedra. En ellas pueden apreciarse símbolos raros y crípticas representaciones que destacan de las tinieblas que las rodean con centelleantes tonos de rojo sangre y de brillos plateados. Dentro del círculo, una gran hoguera desprende una cálida invitación a entrar al mismo con fulgurantes llamaradas de las que parecen escapar y formarse imágenes de gente hechizada: el Fuego de los Condenados, que en otras tradiciones también es conocido como el Fuego de los Malditos. Detrás de él, una especie de altar de oro, forjado en las entrañas del infierno, respondía con destellos flamígeros.
Eileen toca a Lila para indicarle lo que ve. Una procesión de encapuchados vestidos con túnicas negras ha hecho su entrada y se han distribuido ocupando todos los espacios entre las columnas mientras los tambores han dejado de redoblar con ritmo de marcha y han iniciado un repiqueteo compulsivo y enérgico que aturde y al mismo tiempo impulsa a moverse sacudiendo brazos y piernas, a saltar desordenadamente. Una figura femenina preside el acto y, con voluptuosa cadencia, ha dejado caer su túnica al suelo y, desnuda, se ha aproximado acompañada de una serpiente al altar donde, extendiendo los brazos, comienza a recitar determinados versos que rodean un complicado grabado donde se inscriben diversas formas geométricas como estrellas, pentágonos, cuadrados y círculos enlazándose. Si las chicas hubieran podido leer, sabrían qué poderoso grimorio estaba siendo utilizado en aquel diabólico aquelarre, cuyo título no desvelaremos... pues tan sólo su nombre basta para convocar algunos de los más poderosos demonios, los cuales son tan antiguos como el mismísimo Lucifer, y fueron precipitados fuera de los cielos junto con él.
Al ritmo de los tambores se han unido sonidos de gaitas, zanfoñas y chirimías y, de uno en uno, todos los presentes son invitados a sumarse a la danza... y entre íncubos y súcubos, se mezclan en obscenos ademanes jóvenes de uno y otro sexo que son inmediatamente sometidos a cuantas perversiones pueden ser imaginables alrededor del fuego. Luego, una joven es conducida al altar; hacen que se tienda encima del mismo y sobre ella derraman el contenido de un cáliz. Es la medianoche y ha llegado el momento. Los conjuros y las artes más oscuras se multiplican a mayor gloria de Lilith, la madre de demonios. Una afilada daga brilla frente al fuego y...
Entonces todo se para.
Todos miran a un lugar escondido. Allí están Lila y Eileen, aterrorizadas. Han sido descubiertas. Han accedido al terrible arcano del bosque, como aquel joven que hace tantos años escapó milagrosamente después de haber presenciado los misterios llevándose para siempre la marca
de los colmillos de la serpiente en una pierna, como aquella pareja que, sin embargo, no tuvo tanta suerte y fue sacrificada para preservar el secreto hace no tantos años...
-¡Es una sucesora! ¡Es una sucesora!... -clama con voz potente uno de los incubos...
Lila no lo sabe, pero una marca en la frente se ha revelado al discurrir de los ritos satánicos. Lilith se acerca y la sujeta por los cabellos. Examina la marca. La mira a los ojos. Vuelve a la marca y declara:
-¡Desciende de mi propio linaje!... pero no está iniciada, y por ello debe ofrecerse su sangre- y la arroja dentro del círculo, cerca del fuego.
Luego, volviéndose a la otra, ordena que también sea sacrificada.
-¡Preparadlas adecuadamente! -grita con una risa dislocada-. Dadles de beber.
Entonces les acercan otro cáliz con un líquido viscoso y de color verde oscuro. Beben a la fuerza e inmediatamente sienten calor y se relajan. Las despojan de sus ropas y bailan flotando en una nube que da vueltas y desdibuja los contornos de todos los demás presentes. En sus mentes vienen y van sensaciones perdidas en el tiempo, recuerdos fugaces del pasado (... o quizás del futuro...) y vívidos estímulos sensoriales que pugnan por realizarse en cada poro de su piel. Hambre y sed de un trato carnal más íntimo mientras todavía en un último resquicio de lucidez dentro de sus cabezas persiste el último esfuerzo de la voluntad: "no quiero morir"... mientras la oscuridad inunda definitivamente sus ojos y nubla su conciencia.
... ... ...
-¿Las han encontrado? -pregunta con ansiedad una pobre mujer mientras se acerca al grupo de aldeanos reunidos a las afueras de la aldea, en la vereda que baja del bosque y queda cerca del camposanto.
-Sí. Qué pena... Las dos... -responde otro-. En un claro del bosque no muy lejos de aquí. Estaban...
-Estaban muertas -interrumpe el guarda secamente mientras se acerca conduciendo un carro tirado por una yunta de mulas con los cuerpos cubiertos con sendas mantas-. Ya está. Estaban muertas y eso es todo.
... ... ...
Al otro lado del tronco del tejo centenario hay ahora dos tumbas nuevas. Nadie ha puesto sobre ellas ninguna flor ni ninguna cruz... pero los cuervos no hacen ascos a las lombrices frescas.
... ... ... ... ... ... ... ... ...
Francisco J. Sánchez, en la víspera de Todos los Santos. 2020.